Bajo los muros del castillo
Así describe Lord Byron, en El prisionero de Chillon, las terribles condiciones en las que vivían los prisioneros de las mazmorras del famoso castillo suizo.
Nos habían encadenado, cada uno en una columna. Éramos tres, pero cada uno separado de los otros dos. Nos podíamos dar ni un solo paso y no nos podíamos ver más que a través de esta débil y lívida claridad, que nos deformaba como si fuéramos desconocidos. Así reunidos, y sin embargo separados, teníamos las manos agarrotadas entre hierros y el corazón angustiado.
Los castillos y las fortalezas contaban siempre con estos oscuros y húmedos espacios destinados a encerrar a los presos para que muriesen de inanición y de frío o, en el caso de que les proporcionasen agua y alimentos, para que permaneciesen en condiciones infrahumanas hasta que cumpliesen el castigo impuesto, se pagase un rescate o se solucionara el conflicto político o religioso que los había conducido a la prisión.
En su origen, el calabozo solía situarse en la torre principal de un castillo y podía convertirse en la guarida del señor, en el caso de que su fortaleza fuese atacada. Estas frías estancias también podían ser utilizadas para almacenar víveres, pero, con el tiempo, las mazmorras comenzaron a emplearse para recluir a los prisioneros y, generalmente, fueron construidas en el subsuelo del castillo.
En Alte Burg Penzlin (Alemania), las mazmorras de las “brujas” se realizaban siguiendo las indicaciones del famoso Martillo de las Brujas (1487) de Kramer y Sprenger, que indicaba que la bruja no debía tocar el suelo con los pies pues la tierra era el dominio del Diablo. El calabozo se cerraba con una pesada puerta de roble para evitar que la bruja utilizase sus poderes mágicos para volar y escapar de su celda.
En las cárceles subterráneas, el acceso del prisionero podía realizarse por un orificio circular que se abría en el suelo de un patio. Sin embargo, en algunas ocasiones, estos orificios sólo servían para que entrase algo de luz en la celda y se utilizaba una estrecha escalera, cerrada por un sólida pueta de hierro, para introducir al preso o para proporcionarle alimentos y agua.
Algunas mazmorras, como la de Goodrich Castle, se inundaban de agua con regularidad.
En Francia, un tipo especial y extraño de calabozo eran las oubliettes. Se trataba de unas cárceles que, como su nombre indica (la palabra deriva de oublier, olvidar), estaban destinadas a encerrar a los prisioneros hasta que todos se olvidaran de ellos.
Lo curioso de estas celdas es que sólo eran accesibles a través de una escotilla situada en un alto techo. Era casi imposible salir de una oubliette sin ayuda externa.
Estas extrañas cárceles no fueron demasiado frecuentes. Se construyeron, por ejemplo, en el castillo de Pierrefonds, en el de L’Herm y en La Bastilla, en Francia. Las oubliettes del castillo de Pierrefonds han sido estudiadas, descritas minuciosamente y dibujadas por Viollet-Le-Duc, cuando emprendió la restauración de este edificio durante la segunda mitad del siglo XIX. Asimismo, Viollet-Le-Duc dibujó las oubliettes de La Bastilla.
En algunas oubliettes se realizaron ciertas construcciones para que la estancia de los presos fuese un poco menos dura: banquetas de piedra con el fin de aislarlos de la humedad del suelo, letrinas para hacer las necesidades, etc.
Esto demuestra que, al menos en algunos casos, se quería mantener a los presos con vida, aunque las condiciones fuesen extremadamente penosas (oscuridad, frío, humedad). Y es que, cuando la persona recluida era influyente, podía obtenerse más beneficio manteniéndola con vida para negociar de algún modo su liberación.
Enlaces y Créditos: Dictionnaire raisonné de l’architecture française - Ross-on-Wye
Esta historia ha sido rescatada y compartida en esta web a modo de tributo. La autoría original pertenece a Indira y Chandra, la historia se encontraba en su blog, Ovejas Eléctricas, que desafortunadamente desde 2017 no es accesible, cambió de manos y se perdió el valioso contenido.
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